DE LA VOLUNTAD DE LA NADA HACIA EL ETERNO RETORNO
El teatro de la crueldad pensado por Antonin Artaud, el más grande poeta maldito del siglo XX, expulsa a Dios de la escena, deja fuera de plano al rostro de Cristo. Toda su obra, con una fuerza perforadora, se alza contra la Realidad Misma del orden fundado, contra su crimen milenariamente organizado. El rostro es el asesino; nos descuartiza, y lo hace lentamente, forma horrorosa de entre todas, extermina con inhumana crueldad. La pulsión del corazón queda inmovilizada ante esa fuerza negadora de vida. Por el contrario, la estética artecnoviva nos empuja hacia otra fuerza no menos violenta (auto-violentadora): Fuerza que se desata en el cuerpo de los sujetos creadores, que al auto-violentarse se dan una nueva forma a sí mismos, ya que sólo así consiguen resistir como materia dura a la operación de la significancia. Se marca a hierro y fuego una voluntad, una crítica, un desprecio, un ‘no’ (que no es el ‘no’ del asno, sino un ‘no’ que dice sí), que profiere belleza porque contiene la afirmación y la valoración positiva de su propia diferencia constitutiva. Para nada es el ‘no’ que se pronuncia desde el resentimiento y la mala conciencia. No es una negación venenosa y despreciativa que ultraja la belleza y la bondad. No nos cansaremos de decir que la estética artecnoviva se debe enteramente a una fuerza plástica que nos regenera y nos sana.
Las artistas, y los artistas siempre se han enfrentado a la voluntad nihilista, cortando el hilo de la moral, se han enfrentado al automatismo deshumanizador y despreciador de la vida auspiciado por la Mente Recta (Monique Wittig). En 1946, Artaud, tras casi una década de confinamiento en el psiquiátrico de Rodez, dos años antes de su muerte, experimentó una última etapa radiante, contestataria y muy fecunda, durante la cual, entre otros, escribió el texto ‘Van Gogh, el suicidado de la sociedad’, en el que se evidencia y se cuestionan los intereses de una sociedad alienada y enferma. Artaud afirma que Van Gogh no está loco, que ha sido un genio suicidado por la sociedad, un genio que se opuso no a cierto conformismo de las costumbres, sino a las mismas instituciones de las que estas costumbres derivan. Por esta razón, las telas del pintor conformaban mezclas incendiarias:
“Después del paso de Van Gogh por la tierra, ni la naturaleza exterior, con sus mareas, sus climas y tormentas equinocciales puede conservar la misma gravitación”. Decía Artaud que “las pocas y bien orientadas voluntades lúcidas que han tenido que pelear en la tierra, en ciertas horas del día o de la noche se ven a sí mismas sumidas hondamente en estados de auténtica pesadilla en vela, cercadas por la extraordinaria succión, por la extraordinaria opresión tentacular de una especie de magia cívica que no demorará en presentarse explícitamente en las costumbres”. La obra pictórica de Van Gogh fue una obra de constante e intempestiva transformación: “Hasta entonces, nadie como él había transformado la tierra en ese trapo mugriento empapado en sangre y retorcido hasta extraer vino”.
Artaud muchas veces sintió impotencia, le asaltaba no solo la ira, sino la incapacidad de escribir cuando el médico-jefe del asilo de Rodez le espetaba que él estaba allí para modificar su escritura, y automáticamente le apagaba el conmutador del pensamiento, negándole ese estado de iluminación durante el cual el pensamiento, sumido en el caos, fluye renovado ante las descargas invasoras de la materia, donde pensar ya no es consumirse y ni siquiera es juntar cuerpo, sino acumular cuerpos: “El mundo que de este modo se recupera, no es el astral sino el de la creación directa, más allá de la conciencia y del cerebro”. Artaud estaba convencido de la existencia de una conciencia maléfica, inteligente, consciente y predeterminada (lo que Nietzsche llama la voluntad nihilista o la voluntad de la nada). Fuerza maléfica que Van Gogh veía como un muro inquebrantable, y se preguntaba de qué manera atravesarlo ya que de nada servía golpear con fuerza contra él. Para conseguirlo, escribió: “hay que corroerlo despacio y pacientemente con una lima”.
“Y el muro de cuántos codeos retenidos, impactos oculares tomados del natural, parpadeos surgidos del tema, torrentes luminosos de las fuerzas que trabajan la realidad, han tenido que hacer caer antes de ser por fin contenidos, y como elevados hasta el lienzo, y aceptados. En los cuadros de Van Gogh no hay fantasmas, ni alucinaciones ni visiones. Solo la sofocante verdad de un sol de las dos de la tarde. La despaciosa pesadilla genésica pausadamente elucidada. Sin pesadilla y sin efectos. Pero allí se encuentra el sufrimiento fetal. Es el brillo húmedo de una brizna de hierba, del tallo en un recorte de trigo que está allí listo para la extradición. Y del que un día la naturaleza rendirá cuentas. Y también la sociedad rendirá cuentas de su muerte prematura”.
Enlace al Foto-Ensayo 'De la Voluntad de la Nada hacia el Eterno retorno'